viernes, 18 de abril de 2014

Insomnio

Como un naufrago en la ciudad, andaba sin rumbo fijo. Las calles se parecían unas a otras. De vez en cuando me cruzaba con otras sombras. Cada una con sus creencias y destino.  Entré en un viejo local, olía a humedad. Una pequeña barra y siete mesas desordenadas,  te daban la bienvenida. En un rincón, tres mujeres y un hombre de color, hablaban a gritos. Discutían acaloradamente. El dueño del local les dedicó una mirada de desaprobación y los gritos disminuyeron. Me miró con desdén y me pregunto que deseaba. Le pedí un café y un sándwich. Me indico una mesa libre al lado de un ventanal en el que podías divisar una parte de la calle. Encontré un viejo periódico releído un millón de veces. Manchas de tomate y huevo, crucigramas parcialmente rellenados, y noticias que ya no eran tales. Mike, así se llamaba el dueño, me dejó el café sin mirarme siquiera. Tras una pequeña espera me trajo un sándwich de poco atractivo. En la calle, las luces proyectaban una luz amarillenta, tenue y mortecina. No recuerdo el tiempo que había transcurrido cuando tú entraste. Botas militares, una chaqueta roída y cabellos cortos. Unos auriculares y una pequeña mochila, sujeta en la espalda, completaban un look rebelde y ciertamente atractivo. Eran las tres de la madrugada, y el cansancio me vencía. Sin embargo, vi como te sentabas en un rincón, como pedías un bocadillo de tortilla con queso,  y un café. Como abrías un libro de bolsillo, sin ni si quiera quitarte los auriculares. Leías o escuchabas música? Pasó el tiempo y solo quedábamos tu y yo. Mike, dormía en la barra. Me levanté en silencio para no despertarle, y le deje tres dólares a su lado. Salí sin rumbo fijo, miré atrás, encendías un cigarrillo y me miraste. Abrí la puerta. Dejé tu mundo y entré en el mío...

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