lunes, 27 de octubre de 2014

Sueños...

Saltó de alegría el arqueólogo. Entre sus manos sucias y endurecidas, un pequeño objeto del antiguo Egipto. Por fin algo de suerte, musitó para sí mismo tras días de excavación  y la nada como acompañante. Con un pequeño pincel retiró la capa que el tiempo y el olvido habían ido acumulando. Poco a poco el objeto recobró algo de su antiguo esplendor...

Luxor –Egipto- 7:30 AM

Estaba nervioso, aficionado a la egiptología desde niño, por fin, podría visitar el valle de los reyes y reinas, el templo de Luxor y Karnak, los Colosos de Memnón. Mi compañera, amiga y amante, me sacó, bruscamente, de mis ensoñaciones -date prisa cariño, nos esperan para desayunar-. Anna, era, desde mi divorcio, el marcapasos de un corazón roto. Consiguió, que una depresión con tintes funestos se convirtiera en deseo de vivir...
Una cajita de oro con la tapa en forma de silla y con incrustaciones de piedras semi-preciosas como la amatista, el berilo, lapislázuli, ópalo, entre otros, se descubrían en cada pincelada. Unos ojos como platos, y un rictus desencajado en un rostro ennegrecido, completaron la escena que nadie pudo contemplar...

Luxor –Egipto- 8:30 AM

Recordé las fotos de mis numerosos libros con Uaset (en egipcio antiguo), o Tebas (en griego), como protagonistas de mis aventuras más oníricas; subido en un carro al frente de miles de soldados y un pueblo gritando mi nombre. “La ciudad de las cien puertas", como así la denominaba Homero, rendida ante mis pies. Esas puertas se abrían ante mis ojos, y mi asombro no tenía parangón.
De la mano de mi Nefertiti, (“bonita es la belleza de Amón”), visitamos mi mundo, aquel del que nunca debí escapar...

Valle de las Reinas –Egipto- 11.45 AM

El sol enviaba rayos que se transformaban en espadas que surgían de un cielo pesado como el Hierro. Era insoportable, 40º y ni una triste sombra donde guarecerse. A Anna, le dolía la cabeza, y a mí los pies, Ta Set Neferu "el lugar de la belleza", se convirtió para nosotros en un infierno a punto de engullirnos como deliciosos pollos asados.

La cajita ya lucía, como antaño, en la palma de su mano. La contemplaba absorto, veía su rostro en los principales noticiarios, como Howard Carter, pasaría a los anales de la egiptología. La fama le permitiría iniciar nuevas excavaciones sin límites presupuestarios. Las principales universidades se pelearían por conferencias, donde el público abarrotaría las salas.
Dos turistas con cámaras al hombro se cruzaron con él. Firmaré autógrafos por doquier, piensa, y no hace mucho caso de la cara de descomposición de los atribulados sujetos ni de dos hombres armados con fusiles de asalto AK-47.

Unos disparos, al grito de Al•lahu-àkbar, y dos hombres y una mujer yacen moribundos.
Una cajita abierta, yace hermosa y manchada de sangre brillante y fresca.

Abierta, sólo contiene polvo del desierto y sueños...