Saltó de alegría el
arqueólogo. Entre sus manos sucias y endurecidas, un pequeño objeto del antiguo
Egipto. Por fin algo de suerte, musitó para sí mismo tras días de
excavación y la nada como acompañante.
Con un pequeño pincel retiró la capa que el tiempo y el olvido habían ido
acumulando. Poco a poco el objeto recobró algo de su antiguo esplendor...
Luxor –Egipto- 7:30
AM
Estaba nervioso,
aficionado a la egiptología desde niño, por fin, podría visitar el valle de los
reyes y reinas, el templo de Luxor y Karnak, los Colosos de Memnón. Mi
compañera, amiga y amante, me sacó, bruscamente, de mis ensoñaciones -date
prisa cariño, nos esperan para desayunar-. Anna, era, desde mi divorcio, el
marcapasos de un corazón roto. Consiguió, que una depresión con tintes funestos
se convirtiera en deseo de vivir...
Una cajita de oro
con la tapa en forma de silla y con incrustaciones de piedras semi-preciosas
como la amatista, el berilo, lapislázuli, ópalo, entre otros, se descubrían en
cada pincelada. Unos ojos como platos, y un rictus desencajado en un rostro
ennegrecido, completaron la escena que nadie pudo contemplar...
Luxor –Egipto- 8:30
AM
Recordé las fotos
de mis numerosos libros con Uaset (en egipcio antiguo), o Tebas (en griego),
como protagonistas de mis aventuras más oníricas; subido en un carro al frente
de miles de soldados y un pueblo gritando mi nombre. “La ciudad de las cien
puertas", como así la denominaba Homero, rendida ante mis pies. Esas
puertas se abrían ante mis ojos, y mi asombro no tenía parangón.
De la mano de mi
Nefertiti, (“bonita es la belleza de Amón”), visitamos mi mundo, aquel del que
nunca debí escapar...
Valle de las Reinas
–Egipto- 11.45 AM
El sol enviaba
rayos que se transformaban en espadas que surgían de un cielo pesado como el
Hierro. Era insoportable, 40º y ni una triste sombra donde guarecerse. A Anna,
le dolía la cabeza, y a mí los pies, Ta Set Neferu "el lugar de la
belleza", se convirtió para nosotros en un infierno a punto de engullirnos
como deliciosos pollos asados.
La cajita ya lucía,
como antaño, en la palma de su mano. La contemplaba absorto, veía su rostro en
los principales noticiarios, como Howard Carter, pasaría a los anales de la
egiptología. La fama le permitiría iniciar nuevas excavaciones sin límites
presupuestarios. Las principales universidades se pelearían por conferencias,
donde el público abarrotaría las salas.
Dos turistas con
cámaras al hombro se cruzaron con él. Firmaré autógrafos por doquier, piensa, y
no hace mucho caso de la cara de descomposición de los atribulados sujetos ni
de dos hombres armados con fusiles de asalto AK-47.
Unos disparos, al
grito de Al•lahu-àkbar, y dos hombres y una mujer yacen moribundos.
Una cajita abierta,
yace hermosa y manchada de sangre brillante y fresca.
Abierta, sólo
contiene polvo del desierto y sueños...