Desde siempre había sido ambicioso y competitivo. La vida era una secuencia
de batallas legendarias y actos heroicos, una visión infantil e inmadura de
méritos y deméritos, de metas y objetivos por nadie antes logrados.
Dice, Carl Gustav Jung, todos nacemos originales y morimos siendo copias.
En ese momento desconocía esta frase de este eminente psiquiatra, psicólogo y
ensayista suizo. Ahora lo sé, luchaba por ser una copia, un adulto en miniatura
que superaba las dificultades sin apenas pestañear. Un Aquiles, Ulises o
Alejandro Magno, en ciernes. No era fácil ni sencillo, así que me apliqué en
silencio a esa ardua tarea.
Pronto comprendí que la frustración de expectativas era más abundante que
los éxitos que conseguía. En aquel momento, me parecía que esconder mis
debilidades era lo lógico y en ello me aplicaba con toda la fuerza que un niño
puede desarrollar. Los miedos, las dudas, el no saber, la cobardía y
finalmente, las lágrimas, fueron sistemáticamente encerrados en un mundo interior
que sólo yo conocía. Cada vez pasaba más tiempo en él y menos en una realidad que
frecuentemente me superaba. La noria gigantesca giraba sobre su eje y todo el
mundo se subía en ella, menos yo.
Un documental de National Geographic me mostró recientemente, como determinados
peces voladores pueden verse saltando en las aguas de los mares cálidos de
cualquier parte del mundo. Su forma de torpedo aerodinámico les permite
alcanzar bajo el agua la velocidad suficiente para emerger a la superficie y
sus grandes aletas pectorales en forma de alas les transportan por el aire. Yo,
al igual que los peces voladores, emergía de mi interior con la fuerza de la
curiosidad, pero casi siempre terminaba como, a menudo, les pasa a los
verdaderos peces, en una barca de algún
pescador, o en mi caso encerrado en mí mismo.
La negra noche, sus silencios como refugio, y los libros que leía con
fruición, se convirtieron en una realidad más que aceptable. Podía construir el
decorado, los sonidos y colores, el olor y el tacto, y los resultados casi siempre
eran superiores a su modelo primigenio.
Llego el amor sin avisar, los hijos sin planteármelo, hipoteca, coche, un
perro y un pájaro. Luego se añadieron, un pez, una tortuga y un proyecto de
hormiguero infantil.
Una crisis mundial azoto con extrema virulencia a la mayor parte de
familias de mi pequeño país. Las facilidades que, en mi caso, nunca encontré, ahora
se volvieron en empinadas cuestas que para otros se convirtieron en hermosos y
modernos ascensores de última generación. Mi ruina, la pérdida de dignidad, en
fin, el anonimato del moroso con un trabajo sumergido, y la nada en mi poder.
Mis hijos ya no eran mis hijos, mi casa sucumbió a banqueros de fondo buitre.
Sólo me queda mi perro, y mi maravilloso mundo interior. Un vagabundo más, un
loco demasiado sensible, un fracasado inadaptado, un deshecho social.
En una ocasión, vi en la televisión un reportaje sobre la Alemania nazi, en
una zanja, yacían miles de judíos asesinados, huesos y más huesos, muerte y
hambre. En aquel momento, pensé que el mal se encuentra presente en todos
nosotros. Mis ojos acuosos no podían creer lo que estaban viendo.
En mi delirio actual, soy consciente de mis aportaciones, son y han sido
pequeñas, pero me parezco a tan poca gente…
Feliz Navidad, desheredados
del mundo.