De tus lágrimas brotaron las mías.
Traté de taponar con diversos dedos de la mano y con los dedos del pie, a
la desesperada, los numerosos agujeros de aquel dique envejecido. Quería evitar
a toda costa que nadie se ahogara. Así transcurrieron segundos, después minutos
y horas. Años, demasiados años.
La parálisis de los diversos miembros ya era evidente y, a pesar del frío
en invierno y del calor en verano, seguía convencido de que era la única
solución para salvar y ser salvado.
Una mujer desconocida se me acercó lentamente, no recuerdo bien ni el día,
ni el tiempo que hacía. Para entonces el cansancio ya era patente y mi
situación desesperada. Nuevos agujeros surgieron y mi postura se volvió ridícula
y forzada.
Se quedó a mi lado durante años sin pedir nada a cambio. Conversábamos de
vez en cuando y me traía alimentos que nunca supe cómo eran cocinados. Cuando
la lluvia y el frío arreciaban cubría con su calor mi frío y deteriorado cuerpo.
En ocasiones, la traté mal sin motivo, quería que se alejara, que viviera.
Mi muerte no podía suponer, en ningún caso, la suya. La ignoré, haciendo como
si no existiera. Menosprecié su belleza, sus batallas, enemigos y aliados.
Envuelto en la razón no entendía porque seguía ahí, inmóvil, entornado sus
grandes y honestos ojos y mordiéndose sus sensuales y gruesos labios que nunca
se quejaron.
Cuando hablaba era ininteligible para mí. A pesar de las dificultades de
comunicación su discurso no iba de palabras. Gestos, miradas y movimientos
destilaban amor. Un alma pura creía que descontrolada.
Un día, la entendí. Sin necesidad de silabas agrupadas me sugirió abandonar
a su suerte el viejo dique. Lloro sobre mis manos aún asidas al muro de hormigón,
ya desarmado. –Igual sobrevivimos a su destrucción-. Pensé para mis adentros. Por
primera vez, dudé.
El miedo se opuso a la valentía. La costumbre y el hábito largamente
larvado hicieron el resto. Opte por la parálisis de cualquier proceso de
autoconsciencia y me esforcé en continuar con mi desdichado papel. Resignado a
un destino fatal.
Una mañana gris o una oscura tarde de Enero, no recuerdo muy bien, percibí la ausencia de la mujer. Se esfumo como el
humo de un cigarrillo que lentamente se desvanece.
El cierto devenir, hizo el resto. El dique acabó por estallar y me arrastro
río abajo. Con fuerza descomunal me convirtió en un pelele que luchaba por
sobrevivir entre arañazos producidos por enormes piedras. Mis rígidas
extremidades no respondían debido a la inactividad de tantos y tantos años. No
recuerdo nada más. Solo recuerdo tu sonrisa en mi despertar y esos largos y frágiles
brazos que me acogían.
Ninguna palabra ni recriminación.
Roto como el viejo dique, lloré, sí, lloré, y lo seguiré haciendo por cada
milisegundo que perdí de ti y de mí.
Per a tu.
L'àngel que em va fer creure de nou amb l'amor i l'esperança!