Me tiemblan los ojos, ante
los corazones que no pude comprender.
Lloran de rabia inquieta,
que los lacrimales no pueden ni deben
detener.
Suena la marcha fúnebre de
incesantes lamentos; suena y resuena, aquella voz afligida que nos recuerda
quien somos y en que nos convertiremos.
Desde los filósofos antiguos, hasta los modernos,
la huella indeleble del sufrimiento, nunca
ha sido explicada; por cada lagrima suya, gotea el conocimiento, por
cada lagrima anónima, el sufrimiento.
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