Pequeñas gotas de sudor se escurrían por surcos excavados por el
tiempo. Nunca había sido consciente de los sonidos del interior de su cuerpo.
Ahora los sentía con inusual claridad. En el pasado se ocupaba de traducir los numerosos estímulos que le llegaban con la determinación del que sabe que no
puede prescindir de sus heridas, ni de sus mieles. Abrazado a un futuro
incierto aprendió a valorar pequeñas sensaciones, risas, lágrimas y miedos.
La ciudad y sus habitantes, el plástico de los envoltorios eternos,
sustituido por el aire que llenaba sus pulmones, el transcurrir de la sangre
por sus venas y arterias, el tacto de una mano sobre su piel y la electricidad
estática generada en un cambio de ropa ya no eran sesgados. Las mareas internas
comenzaron a ser conocidas al tiempo que los estados emocionales se
equilibraban entre edificios de diferente altura, el despertar a un mundo nuevo, contrastaba con un pasado excéntrico poco interesado en sus necesidades
reales. Un pequeño gesto, una caricia tenían poco que ver con la macroeconomía,
y el sol con su barba de nubes le generaban sensaciones que nada compartían con
su BMV de alta gama. En sus relaciones íntimas ya no pensaba en el final, sino
en el traqueteo de un tren que descubre al viajero un mundo cercano al tiempo
inexplorado. La función por sí misma había dejado de interesarle. Los procesos
entre bambalinas, la pureza, la sinceridad y la naturaleza interna ocupan ahora
sus pensamientos y alejan de él tanto el pasado como el devenir. El presente y
sus imperceptibles y sensuales movimientos se abrieron paso entre el follaje de
árboles que, anteriormente, distorsionarán su visión. La paz había abierto una
brecha en la muralla del corazón…
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