New York Times 18 de noviembre de 1997
Death in Luxor -17/11/1997
Terroristas del Grupo Islámico y de Jihad
Talaat al-Fath ("Guerra Santa de la Vanguardia de la Conquista")
masacraron a sesenta y dos personas dentro del templo funerario de la dinastía
XVIII de la reina-faraón Hatshepsut, conocido como "Djeser-Djeseru".
Los seis asaltantes estaban armados con pistolas automáticas y cuchillos, y
disfrazados como miembros de las fuerzas de seguridad. Descendieron sobre el
templo funerario de Hatshepsut hacia las 8:45 am; con los turistas encerrados
dentro del templo, la matanza duró sistemáticamente cuarenta y cinco minutos,
durante los cuales muchos de los cuerpos, en especial los de las mujeres,
fueron mutilados con machetes. Dentro de uno de los cadáveres de las víctimas
se encontró una nota alabando el Islam. Entre los fallecidos se encontraban un
niño británico de cinco años de edad y cuatro parejas japonesas en sus lunas de
miel.
Los terroristas, luego, secuestraron un
autobús, pero fueron interceptados por un grupo de oficiales armados de la
policía egipcia y del ejército. Uno de los atacantes fue herido durante el
tiroteo y el resto escapó hacia las colinas, donde sus cuerpos fueron
encontrados dentro de una cueva, aparentemente después de haberse suicidado en
masa.
Luxor
–Egipto- 7:30 AM
Los nervios a flor de piel, para no levantar
sospechas nos habíamos dividido en dos grupos de tres, Zaair, Lias, y yo,
Zaqib. El otro grupo de tres, se encontraba a escasos 200 metros en un hostal
de mala muerte donde pasar más inadvertidos. Apenas había podido comer nada y
Zaair y Lias de 28 y 34 años de edad, respectivamente, se mofaban de mí escasa
experiencia y mi histerismo de principiante. Tenía 19 años y como única
experiencia, pero ciertamente remarcable, el certero lanzamiento de una piedra
contra un grupo de soldados hebreos con el resultado de la pérdida de un ojo en
uno de los “impuros”, soldados israelís. Me consideraba un chico inteligente, y
de hecho, el significado de mi nombre así lo certificaba, “El inteligente”.
Ahora que lo pienso, el significado de los nombres de mis compañeros también
era certero, Zaair, siempre dispuesto a la discusión por cualquier motivo –el
enfadado- y Lias, con prisas para llegar a Yanna (paraíso), “desesperado”.
Aunque mi estado era deplorable, tenía la
firme convicción de que la rendición de cuentas el día de la Resurrección
estaría totalmente en manos de Al-lâh, y esto me tranquilizaba ante lo que
estábamos a punto de realizar.
Mi maravillosa madre y mi recto padre, junto a
uno de mis hermanos, murieron a causa de una bomba israelí que erró su objetivo
y que pretendía acabar con la vida de dirigentes de al-Fath. Este hecho, y mi
absoluta indiferencia hacia la vida, fue la espoleta de mi ingreso en la guerra
santa. Lloré lágrimas hasta llenar de venganza mis pensamientos y, en este
punto, mi odio supero a la razón. Desde niño, la violencia, la injusticia y las
armas, eran una constante que integrábamos en nuestra vida con absoluta
naturalidad. Nuestra vida pasaba por sobrevivir y luchar, yo quería más,
necesitaba vivir, para matar. En tiempos, quería ser arquitecto y construir
altos edificios para ayudar a albergar al millón y medio de personas de la
franja, que, como yo, nos encontrábamos atrapados literalmente, en una
superficie de 360 Km2. Hoy por hoy, la destrucción del enemigo es mi titulación
más preciada.
Luxor, Deir el Bahari –Egipto- 8:30 AM
Nos encontramos con el otro grupo en un lugar
acordado previamente, de la franja occidental del río Nilo, cerca del complejo
de Deir el Bahari y de nuestro objetivo, el templo funerario de Hatshepsut,
conocido como Djeser-Djeseru ("La maravilla de las maravillas").
Nuestros disfraces, como miembros de
seguridad, lograron que pasásemos desapercibidos, y ya, en las mismas puertas
del templo, nuestros ojos inyectados en sangre hicieron el resto. Armados con
fusiles de asalto AK-47, machetes y granadas, conseguimos hacer del día la
noche. Cerramos el oscuro templo y matamos a los infieles, mujeres y niños, nos
daba igual. Cuando terminamos charcos de sangre y miembros despedazados y
descuartizados por todas partes, algún quejido lastimero y doliente de alguno que
había sobrevivido y que nos apresuramos en rematar.
Luxor, Deir el Bahari –Egipto- 9:30 AM
Agrupados y saciados de sangre, encañonamos al
conductor de un pequeño autobús que asustado nos suplicó, entre lágrimas, que
no le matáramos (“tengo tres niños, por favor, no”), Zaair, el enfadado, quería
acabar con su vida, le convencí de su utilidad y por eso vivió. Todo iba según
lo previsto, pero Al-lâh nos abandonó. El microbús fue interceptado a pesar de
la pericia de un conductor aterrorizado. Un mártir abandonado a su suerte y una
huida desesperada que me recordó a mis tiempos de intifada, donde mirar atrás
era tan importante como hacerlo al frente.
Valle de las Reinas –Egipto- 11.45 AM
El sol enviaba rayos que se transformaban en
espadas que surgían de un cielo pesado como el Hierro.
Lias y yo, perdimos al resto de mártires entre
disparos y colinas. Desconocíamos nuestra ubicación y estábamos asustados,
cansados y pintados de sangre ajena. Oímos voces, y nos escondimos detrás de un
montículo. Feroces ladridos cada vez más próximos y, al grito de Al•lahu-àkbar,
tres muertos más en nuestro casillero.
Una cajita abierta, yace hermosa y manchada de
sangre brillante y fresca.
Abierta, sólo contiene polvo del desierto y
sueños...
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